BIOGRAFÍA
Caminar es sentirse de manera anacrónica. Es la utilidad y la eficacia real. Es estar preparado para adaptarse, para descubrir y gestionar el entorno de forma constante. Los paisajes requieren de la predisposición del observador, de la inteligencia vital de vivir lo que se está haciendo.
Caminar es la evidencia del mundo. Es el hilo de los movimientos de la vida cotidiana como un acto natural y transparente. Caminar es abrirse al mundo, y este hecho invita a la humildad y a alcanzar el instante. Restablece una distancia adecuada con el mundo, una disponibilidad en el instante y nos da una forma activa de meditación. Exige la sensorialidad plena y es la ruptura necesaria para volver a recuperar el aliento.
Caminar, a menudo, es desviarse para parecerse más a uno mismo. El caminante sólo ve lo que ya existe en él; es la disponibilidad para abrir los ojos y acceder a otras capas de lo real. Sin receptividad interior, sin una transparencia al espacio y al lugar, no nos sucede nada. El tono es siempre la reciprocidad, abre caminos a los sentidos, y si el caminante no tiene esta voluntad, no verá nada. El ritmo de la lentitud es el ritmo del vivir, del caminar, de la mirada que avanza y se acumula en el caminante por simple amor al viento y a la tierra de los viejos caminos.
Caminar es vivir el instante, es una alianza con el espacio y su duración. Introduce una sensación continua de uno mismo y del mundo. Caminar es un método tranquilo de reencontrar el tiempo y el espacio, transforma los momentos ordinarios, los inventa con nuevas formas. La vivencia generada por esta experiencia vital permite la multiplicidad de enfoques, generando mapas cosmológicos en y de nuestro interior.
Caminar es un acto de resistencia que da prioridad a la lentitud, a la conversación, al silencio, a la curiosidad. Es una subversión de la vida cotidiana y también es el estar en la interioridad, que es un abismo para muchos contemporáneos, quienes sólo están en la superficie de sí mismos y hacen de ello su profundidad.
Caminar es una experiencia plena que deja al hombre la iniciativa. Se camina de manera gratuita para disfrutar del tiempo que pasa, para desviarse de la existencia, para encontrarse al final del camino. El caminante es el hombre de la ocasión, el artista del tiempo que pasa. Es el hombre que detrás de las circunstancias va encontrando cosas cuando camina. El caminante amplía su mirada para descubrir una nueva topografía; reescribe una nueva biografía, un nuevo espacio vital.
El caminante está en un tiempo a ralentí. El reloj es cósmico, es el de la naturaleza de los lugares, y no el de la cultura con la segmentación de la duración. Caminar es una vitalidad militante delante del mundo, un sentir la relatividad de las cosas. Caminar invita a pensar el mundo en el momento, recordando al hombre su humildad y la belleza de su condición. Incluso el paraíso prometido es terrenal.
El caminante va más allá de la ignorancia de la memoria. El camino es justamente la memoria de los innumerables viajeros. Establece una solidaridad entre los hombres vinculada al paisaje. El camino enlaza las diferentes generaciones. El camino es una forma de comunicación, no solamente en el espacio, sino también en el tiempo. El camino de incontables pasos, marca del origen nómada de la humanidad.
Caminar no es un monoteísmo, es el politeísmo o la pluralidad de los genios del lugar. En cada espacio, en el valle, en el río, todo está bajo el imperio de un genius loci. Los lugares nunca son neutros, y todavía menos, vacíos. El caminante es el peregrino de una espiritualidad personal. Ofrece una forma deambulatoria de plegaria al genio del lugar.
La búsqueda del silencio para los caminantes es una búsqueda sutil de un universo tranquilo, que implica el recogimiento personal. Un momento de suspensión del tiempo donde se abre un paso que da al hombre la posibilidad de encontrar su lugar. El silencio da el sentimiento de existir. El silencio invita a la curiosidad, a vagar, y permite la formación personal. Aquel que camina siempre es, y en cada uno de sus pasos se acepta a sí mismo, restaura el mundo y sus límites.
La marcha hace posible la metamorfosis de la mirada, de uno mismo. Al caminar la mente funciona en un registro diferente, buscando una dirección, una orientación. Es un momento privilegiado para ejercer el pensamiento y olvidarse de uno mismo en el propio acto de caminar.
El hombre reencuentra su estado natural en un universo infinito, empezando por los pies: como raíces por las que absorber el calor del camino, como celebración de la Tierra y de la Vida, como ritual que permite la renovación. El mundo no se agota con la repetición constante. Un caminante nunca llega, siempre está pasando.