EL HIERRO

El Hierro, la Tierra que Suena (invierno de 2019)

Peinado por el viento,
camino rojo de Jinama.
Bajo los pies se oye,
la voz de un silencio solo.

 

Al oeste de San Andrés, la población más alta de la isla, existe un altiplano sobre los 1.000 metros de altitud al que los lugareños llaman la “Tierra que suena”. Hace referencia a que la tierra vibra y resuena como un tambor bajo el impacto del galope de un caballo.

 

Durante los años que llevo trabajando de manera continuada en el Walking Art como práctica artística y meditativa, he ido comprendiendo la importancia de los estados alterados, o modificados, de conciencia y su vinculación con el Arte. Es el ejercicio físico lo que lleva a minimizar el pensamiento racional, y posibilita el estado meditativo que abre la puerta de la contemplación. El encuentro, ese momento y lugar que suena, que tiene la misma vibración que la totalidad del cuerpo en equilibrio y en armonía. Es en esa resonancia, en ese sonar juntos, en ese ajuste entre las dos naturalezas, la de uno y la del lugar, lo que permite el estado de contemplación. Uno está en común-unión: uno vibra al unísono con el lugar, vibra en esa misma frecuencia y longitud de onda.

 

Para sobrevivir en un medio hostil, solitario y alejado de la civilización, casi toda la formación cultural de la actualidad carece de utilidad. La percepción romántica de la naturaleza pronto desaparece. Se impone otra realidad, la del medio físico, desarrollándose todo un nuevo y directo aprendizaje. Debes escudriñar el entorno desde dos puntos de vista totalmente diferentes y a la vez complementarios: saber otear el mundo de lo tangible permite no cometer errores, posibilita leer correctamente las señales de la naturaleza; y desde el ojo interior, aprender a percibir los aspectos más intangibles del territorio. Aprehensión primordial o visión mágica donde cada elemento de la naturaleza tiene una función espiritual; un paisaje lleno de entes, de energías y de genios del lugar. Alguna cosa se despierta en uno mismo, capaz de intuir otra realidad más allá del mundo físico. Una vivencia directa de la naturaleza entroncada con la huella aborigen, con las culturas humanas más primigenias y sus conocimientos ancestrales. Es el reencuentro con la sabiduría ancestral o cosmogonía reguladora del equilibrio del Universo. Memoria que nos devuelve a los orígenes de nuestro viaje como especie, a recuperar la presencia, la identidad y la esencia de ese Homo nómada milenario que todavía somos.